jueves, 20 de noviembre de 2014

La Duquesa de los delincuentes.

La Duquesa de Alba ha muerto. Esta mañana andaba yo liado entre fotocopias cuando de pasada he escuchado la noticia.
Ni siquiera me ha llamado la atención que a alguien le pareciera digno de contar tan luctuoso suceso. No suelo escuchar en mi ámbito laboral noticias del tipo: "La Infanta sale de rositas"" o "la corrupción revienta España". Entiendo que esas noticias deben ser tan habituales que ya no son ni noticia y claro, la Duquesa de Alba no se va a morir más a partir de hoy.
He seguido con mi faena y he olvidado la muerte de esta mujer hasta que al llegar a casa lo han recordado en el telediario de Telecinco.
No me ha extrañado,, sinceramente que dicha muerte fuera noticia, pero no esperaba en absoluto lo que he visto: más de un tercio del tiempo dedicado a ensalzar la figura de alguien que no ha hecho otra cosa en su vida más que aquello que le daba la gana. Eso parece que es también muy digno de alabanza: "hizo lo que quiso".
Debe ser muy fácil hacer lo que uno quiere cuando tienes un patrimonio cifrado, por poner una cifra, en más de 30000 millones de euros sin contar obras de arte cuyo valor económico es dificilísimo de cuantificar.
Ha muerto la mayor terrateniente de España, noble megacacique que acallaba su conciencia con suculentos donativos a las monjitas y que el pueblo ha hecho suya pese a que ella, por mucho que os cuenten, nunca fue del pueblo.
Triste pueblo que ensalza la figura de alguien que pese a la ilusión que proyectaba nunca miró a ese pueblo a los ojos.
 Que se acercaba a la gente corriente dicen, pero obvian decir que cuando la gente se acercaba a ella a reclamar sus derechos como han hecho en varias ocasiones los jornaleros que explotaba; ella, con su gracejo los llamaba delincuentes y locos.
Regio exponente de la vieja España, amante de toros, misas, flamenco y olé.
Ha muerto la Duquesa y deja su privadísimo patrimonio en manos de sus herederos: magníficos palacios y castillos, obras de arte que debieran ser patrimonio de todos y están encerradas en oscuros salones e incluso he escuchado que la primera edición de El Quijote.
Mientras no nos planteemos dar al pueblo lo que debiera ser del pueblo, mientras sigamos mostrando ese respeto casi fervoroso por quién nada ha hecho porque con todo nació, nada va a cambiar en este país.
Poder podemos, pero no queremos.