jueves, 23 de octubre de 2014

Julito y la escuela .

Voy a contar la historia de alguien a quien conozco muy bien. Tal vez conozcas historias similares, tal vez tu historia se parezca en algo o tal vez no te suene de nada. En cualquier caso espero que te haga reflexionar un poco.
Julio empezó parvulitos en los últimos años de la década de los 70, era una época convulsa. De sus primeros años de cole, recuerda más bien poco. Recuerda a una maestra joven y guapa y recuerda que era divertido ir al cole, todo iba bien hasta que la maestra joven y guapa murió en un accidente de tráfico. Ese fue el primer contacto que Julio tuvo con la muerte. Aunque te parezca extraño, ni fue un trauma, ni le marcó especialmente.
Cuando pasó a primero Julio se ilusionó con Doña Luisa, Doña Luisa sí que era buena. Julio todavía recuerda con emoción el día en que doña Luisa lo llamó a su mesa y con una sonrisa de oreja a oreja le dijo que como había aprendido a leer tan bien y tan rápido, ya no iba a leer más el "Sendero" que era para los peques, entonces sacó el "Senda" del cajón y le dijo: _Llevátelo a casa y lo lees poco a poco_Julio lo leyó en pocos días. Entonces doña Luisa empezó a dejarle cuentos al niño y Julio descubrió el placer de la lectura.
A mitad de ese curso el padre de Julio encontró trabajo en la ciudad y Julio tuvo que dejar el pueblo y la escuela.
De repente se encontró en un lugar que no conocía y en un cole que no le gustaba. Conoció a Don Anselmo al que le encantaba dar caramelos de menta:le encantaban los caramelitos y las metáforas; los caramelos de menta los daba con la regla en la palma de la mano y Julio recibió algunos, también de fresa que eran más suaves.
Tras don Anselmo llegó doña Purita, doña Purita vino de Barcelona y Julio nunca la vio reir. Un día mandó hacer una redacción a los niños sobre su comida preferida, Julio se alegró muchísimo, sabía que escribía bien y que a doña Purita le encantaría su redacción. Durante días el niño esperó ansioso a que doña Purita le dijera su opinión. De repente un día, la maestra le dijo enfurecida al niño que era un insolente y que era la primera vez que se reían de ella en su cara. Julio no entendió nada, hasta que la maestra le contó que en la redacción había escrito que le encantaban las guarras y que estaba seguro de que a doña Purita le encantarían también. Aunque la mamá de Julio fue a explicarle a la maestra catalana que el niño no pretendía reirse de ella y que las guarras eran un embutido manchego, la maestra catalana apostilló que ese embutido se llamaba longaniza y que llamarle guarras era una paletería. Así se quedó Julio con la longaniza atravesada y sin ganas de volver a hablar con doña Purita.
Entonces llegó la primera etapa y Julito conoció a la gordísima doña Engracia. Doña Engracia era tan gorda como rígida en sus métodos de enseñanza, para ella, religiosa y de orden, los libros de texto debían ser la Biblia, jamás se saltó un ejercicio.
Doña Engracia era diabética además de gorda y contó a los niños que debía comer siempre que le apeteciera. Julio nunca entendió porqué la maestra se podía comer media caja de quesitos Santé y no le dejaba a él ni oler su bocadillo. Además de gorda y diabética también era olvidadiza y a menudo olvidaba el puchero en el fuego, entonces envíaba a los niños que sacaban buenas notas a su casa a apagarlo. Julito nunca tuvo esa suerte.
El niño pasó tres años haciendo ejercicios, los de matemáticas no le gustaban y dejó de hacerlos. Entonces la mamá de Julio fue requerida de nuevo: el niño iba muy flojo en matemáticas y, si bien destacaba en las áreas lingüísticas, era bastante creativo y además de tener gran curiosidad, era un ávido lector, a doña Engracia le pareció que lo mejor era repetir. La mamá de Julito acató el criterio de la experta maestra sin rechistar.
Después llegó don Ramón que hacía ruido con los zapatos al caminar y por fin Julio pasó a la segunda etapa.
En la segunda etapa ya los niños eran mayores y por eso tenían a más de un maestro. Entonces llegaron don Fernando, don Acacio y don Odón.
Don Fernando fue un paréntesis de alegría: Después de tantos años un maestro volvió a descubrir que Julio era bueno escribiendo, le dejó libros y le animó a presentarse a varios concursos literarios infantiles que Julio a menudo ganó. Todavía hoy Julio cuenta lo emocionante que fue el día que don Fernando, depués de ganar el primer premio de un concurso literario lo llevó a la radio. Julio leyó en las siguientes semanas todos los libros que componían el lote con el que fue premiado.
Don Acacio era el de sociales y Julio no sabe muy bien si era bueno o malo, lo que si parece es que nunca fue a un logopeda porque Julio raras veces lo entendía cuando hablaba.
Don Odón era un maestro amargado, un maestro con un eterno rictus de enfado, fumador empedernido de ducados y tan amante de los libros de texto como lo había sido doña Engracia. Daba matemáticas y ciencias naturales .Además era cínico y odiaba a los niños, especialmente a los niños a los que no se les daban bien las matemáticas. Como a Julio no le gustaban las matemáticas y jamás aprendió las valencias ni la tabla periódica, porque prefería leer los libros que había ganado en el concurso, fue relegado a la última fila. Poco después decidió que Julio no podía vivir si las valencias y por segunda vez, Julio repitió. Era séptimo curso.
Los dos últimos años en el cole fueron terribles. Llegaron doña Rufina que vino de Valencia, colgó el crucifijo en el aula y se pasó dos años haciendo análisis morfológicos y don Casto, que decidió que la mejor forma de sentar a los niños era por orden de nota. Julio nunca se sentó en los primeros puestos y don Casto le dijo entre gritos algo tan delicado como que mientras no pusiera los cojones encima de la mesa y estudiase, nunca iba a sentarse delante.
Julio tuvo que aguantar a Don Odón dos años más. Recuerda especialmente dos momentos: la bofetada que le dio un día cuando lo llamó a su mesa y vio que pese a haber dicho lo contrario, los ejercicios no estaban hechos y recuerda sobre todo una de las frases que le dijo pocos días antes de acabar el curso: -Fernández (nunca le llamó pos su nombre), nunca llegarás a nada. Lo más redondo que has visto no es un cero, es la puerta de una gorrinera.
Después Julio fue al instituto, pese a que don Odón le auguró poco éxito, terminó sin grandes dificultades y después estudió magisterio, magisterio no es tan difícil pero Julio lo aprobó con excelentes notas. Después fue maestro y ya mayor descubrió que tal vez no era tan bobo como don Odón le había dicho que era.
Hoy Julio trabaja en un cole, le apasiona su trabajo y mira a menudo a sus alumnos buscando la luz que brilla en todos ellos. A veces la luz está muy apagada y hay que trabajar duro para que no se extinga Sólo desea que ninguna luz se apague.
Hace unos días Julio se encontró a don Odón por la calle. Seguía siendo amargado ahora además era viejo. Julio se acercó al viejo y le dijo: -Seguro que no se acuerda de mí. Usted me dijo un día que no llegaría a nada. Sólo he llegado a lo mismo que llegó usted, para ser mejor que usted hay que hacer muy poco.
Después Julio se sintió mal. Al fin y al cabo Don Odón sólo era un viejo amargado, siempre lo había sido.